Escribi el libro en menos de nueve meses. El manuscrito acabó teniendo más de trescientas páginas mecanografiadas, y cada una de ellas me costó una batalla. Si logré terminarlo fue simplemente porque no hacía otra cosa. Trabajaba siete dias a la semana, sentado en la mesa entre diez y doce horas diarias, y salvo por pequeñas excursiones a la calle Montague a hacer acopio de comida, papel, tinta y cintas para la máquina de escribir, rara vez salía del apartamento. No tenía teléfono, ni radio, ni televisión, ni vida social de especie alguna.
Una vez en abril y otra en agosto fui en metro a Manhattan para consultar unos libros en la biblioteca pública, pero aparte de eso no me moví de Brooklyn. Aunque en realidad tampoco estaba en Brooklyn. Estaba en el libro, y el libro estaba en mi cabeza, y mientras siguiera allí dentro, podría seguir escribiéndolo.
Era como vivir en una celda acolchada, pero de todas las vidas que podía haber llevado en aquel momento, era la única que tenía algún sentido para mí. No era capaz de relacionarme con el mundo, y sabía que si intentaba volver a él antes de que estuviera preparado, acabaría hecho trizas.
Así que pasaba el tiempo encerrado en mi pequeño apartamento, escribiendo sobre Hector Mann. Era un trabajo lento, y hasta absurdo, quizá, pero requirió toda mi atención durante nueves meses seguidos, y como estaba demasiado ocupado para pensar en otra cosa, probablemente me salvó de volverme loco.
miércoles, 29 de abril de 2009
sábado, 17 de mayo de 2008
"Cine mudo"
Aquella noche, mientras veía cómo Hector y los demás cómicos demostraban sus habilidades en mi salón de Vermont, se me ocurrió que estaba contemplando un arte muerto, un género absolutamente difunto que jamás volvería a ser practicado. Y sin embargo, pese a todos los cambios que habían sobrevenido desde entonces, su obra resultaba tan fresca y estimulante como lo había sido el dia del estreno.
Aquello se debía a que entendían el lenguaje que utilizaban. Habían inventado una sintaxis de la mirada, una gramática de cinética pura, y salvo por el vestuario, los coches y el anticuado mobiliario que aparecía en segundo plano, su obra no podía envejecer.
Se ponían entre nosotros y la película y por tanto ya no teníamos que fingir que estábamos contemplando el mundo real. La pantalla plana era el mundo, y exístia en dos dimensiones. La tercera dimensión estaba en nuestra cabeza.
Aquello se debía a que entendían el lenguaje que utilizaban. Habían inventado una sintaxis de la mirada, una gramática de cinética pura, y salvo por el vestuario, los coches y el anticuado mobiliario que aparecía en segundo plano, su obra no podía envejecer.
Se ponían entre nosotros y la película y por tanto ya no teníamos que fingir que estábamos contemplando el mundo real. La pantalla plana era el mundo, y exístia en dos dimensiones. La tercera dimensión estaba en nuestra cabeza.
domingo, 11 de mayo de 2008
"Hector Mann"
Eso quizá no parezca importante, pero era la primera vez que me reía de algo desde junio, y cuando noté que aquel inesperado espasmo me subía por el pecho y cascabeleaba en mis pulmones, comprendí que aún no había tocado fondo, que en cierto modo todavía deseaba seguir viviendo.
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