miércoles, 29 de abril de 2009

Vida de Hector Mann

Escribi el libro en menos de nueve meses. El manuscrito acabó teniendo más de trescientas páginas mecanografiadas, y cada una de ellas me costó una batalla. Si logré terminarlo fue simplemente porque no hacía otra cosa. Trabajaba siete dias a la semana, sentado en la mesa entre diez y doce horas diarias, y salvo por pequeñas excursiones a la calle Montague a hacer acopio de comida, papel, tinta y cintas para la máquina de escribir, rara vez salía del apartamento. No tenía teléfono, ni radio, ni televisión, ni vida social de especie alguna.

Una vez en abril y otra en agosto fui en metro a Manhattan para consultar unos libros en la biblioteca pública, pero aparte de eso no me moví de Brooklyn. Aunque en realidad tampoco estaba en Brooklyn. Estaba en el libro, y el libro estaba en mi cabeza, y mientras siguiera allí dentro, podría seguir escribiéndolo.

Era como vivir en una celda acolchada, pero de todas las vidas que podía haber llevado en aquel momento, era la única que tenía algún sentido para mí. No era capaz de relacionarme con el mundo, y sabía que si intentaba volver a él antes de que estuviera preparado, acabaría hecho trizas.

Así que pasaba el tiempo encerrado en mi pequeño apartamento, escribiendo sobre Hector Mann. Era un trabajo lento, y hasta absurdo, quizá, pero requirió toda mi atención durante nueves meses seguidos, y como estaba demasiado ocupado para pensar en otra cosa, probablemente me salvó de volverme loco.

1 comentario:

Miscelaneas dijo...

Acabo de leer a Paul Auster "El libro de las ilusiones" . Genial!!1
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